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sábado 18/08
RENOIR
14:00 - 15:30 Clínica Psicoanalítica
Taller. El desamparo en la función analítica
 Coordina
Dra. Luisa Pérez Suquilvide - APU

Historia de un crimen. Un relato a tres voces. Acerca del desamparo en la función analítica
 Exponen
Psic. Stella Yardino - APU [ver]
PROPUESTA PARA TALLER HISTORIA DE UN CRIMEN. UN RELATO A TRES VOCES. Stella Yardino, Fernanda Cubría. Capítulo 1. El caso. El material clínico se leerá en el taller. Capítulo 2. Acerca del desamparo en la función analítica. “….En esta prematuridad del ser humano…se incrementa enormemente el valor del único objeto capaz de proteger contra estos peligros…Este factor biológico crea, pues, las primeras situaciones de peligro y la necesidad de ser amado, que ya nunca abandonará al hombre” Sigmund Freud. 1926 1 Pensar el desamparo nos remite a los momentos inaugurales del psiquismo donde historia y prehistoria se anudan para dar lugar a la identidad del infans, a la estructuración del psiquismo, destinado a constituirse siempre en la relación con el otro. Este hilflosigkeit freudiano, fundante del sujeto y protagonista de la peripecia de subjetivación, se constituye en compañero de vida, pronto a actualizarse en su versión disruptiva en situaciones límite. El desamparo que hoy aspiramos a poner a trabajar, se relaciona con el analista y su función, en aquellos momentos en los que la soledad de la praxis se transforma en exceso. Como analistas, trabajamos en y con la incertidumbre, cercando, en el mejor de los casos, el enigma del deseo inconsciente, esperando que algo del orden de la verdad emerja. Cuando esa dimensión de verdad, se revela como producto de la desligadura pulsional la impotencia del desamparo, que al decir de Freud, es “prototipo de la situación traumática”, puede invadir la función analítica. Así como el estado de desamparo, inherente a la dependencia total del infans respecto a la madre, implica la omnipotencia de ésta, sostener el trabajo analítico supone a veces una dosis de omnipotencia. Potencia- omnipotencia- impotencia- desamparo se alternan más o menos velados o de-velados en la mente del analista y en su contratransferencia. La soledad del analista, que es un imprescindible a sostener, en la patología del análisis puede poner el encuadre en riesgo de transformarse en “un juego protector centrado en la persistencia, en el analista, de la necesidad neurótica de vivir protegido: en ese sentido, protegido por sus analizantes (…) específico “baluarte” (…) (que) podría deformar (además) al analista en la creencia de que es el ombligo de sus analizandos” (Lijtenstein, Marcos RUP 62)2 fomentando la idealización del paciente y su dependencia. Esta soledad que es “condición productiva del disfrute creador” (ídem), propia de la alteridad habilitante de la interpretación, puede tornarse una vivencia desoladora. Nos referimos a momentos de duda, de vacilación, de angustia, en los que la responsabilidad pesa tanto que se vuelve insostenible, cuando la vida misma del paciente está en juego. En esa circunstancia dirigirse a un tercero se hace esencial, una compañía que restablezca una posible soledad interna en el analista que permita una escucha creadora y productiva en el entre dos del análisis. “Cuentos de amor, de locura y de muerte” En un ejercicio caprichoso e imposible- como nuestro oficio- intentaremos separar lo inseparable para referirnos a cada una de las voces que proponemos en esta historia enlazándolas con el denominador común de la vivencia de desamparo. Tomando el título de esta obra clásica- y oscura- de Horacio Quiroga, pretendimos resaltar los momentos que entendimos más significativos en esta ficción. Elegimos empezar por el último, probablemente por ser el de más pregnancia en nuestro relato. Acerca del paciente y la muerte. Lectura en el taller. Acerca del analista y el amor. Lectura en el taller. Acerca de la supervisora y la locura. Lectura en el taller. Capítulo 3: Puntualizaciones Este es el relato de una crisis en el análisis con un paciente “grave y difícil”. Esta caracterización no pretende ser una categoría diagnóstica sino una perspectiva descriptiva. Refiere al riesgo de muerte del paciente y el intenso dolor que se desplegó en el ámbito de las transferencias. La crisis puede ser representada por los intentos de suicidio en el analizante y la impotencia y vivencia de “rabia helada” en la analista. El dispositivo analítico y el de la supervisión se desplegaron como procesos con resonancias uno en el otro, tanto de momentos de impotencia y paralización como de comprensión y modificación. Estas resonancias habilitaron un reordenamiento de la situación analítica bajo una lógica distinta que modificó el encuadre de trabajo. En el marco de una relación dual en la transferencia, a través de conductas que posibilitan la puesta en juego de la identificación proyectiva, el paciente pone dentro de la analista la vivencia de muerte. Esta es sentida por ella como hielo. El paciente dice “me mato” y algo de la analista queda muerto-helado. La parte indemne de la mente de la analista es la que siente rabia en el intento de mantenerse viva y poder significar ir devolviendo las proyecciones. La rabia, calor-vida, surge como reacción a la manipulación de su mundo interno y por el ataque del paciente al trabajo conjunto. Si se mata no hay análisis posible. A partir de aquí el desafío era transformar la vivencia de muerte en separación, pero no resultó fácil. En un principio el matarse se convierte en matar a la analista “con el cambio”, interrumpiendo el análisis. Recién en un segundo momento el paciente propone “un cambio” no mortífero: Pide ser llamado para venir a sesión en forma mensual al principio, quincenal después. Finalmente acude quincenalmente sin necesitar ser llamado. Este movimiento parece ser un intento de sostener el vínculo analítico, y el vínculo interno con la madre. Momento que puede ser pensado como cesura (Bion, 19623 ), en tanto corta y da continuidad, paradoja que puede dar lugar a transformación. Son especialmente elocuentes las asociaciones del paciente. Busca mantener un contacto “más separado”, o discriminado. El vínculo indiscriminado con la madre puede dar lugar a la posibilidad de que él separe lo suyo y devuelva a la madre lo que corresponde. Queda pendiente observar si en el nuevo encuadre puede mantenerse un proceso analítico, si es una pausa para continuar el proceso en otro momento, o una interrupción definitiva. Propusimos al comienzo poner a trabajar una forma peculiar del desamparo, “el desamparo en el analista”, e intentaremos ahora precisar en lo posible este concepto. En el caso que nos ocupa fue observable por sus efectos emocionales y parece estar relacionado fundamentalmente a dos elementos: por un lado, el haber quedado sin herramientas para cuidar al paciente en riesgo de muerte, lo que implica estar inhabilitada para cumplir con una función básica siempre implícita en nuestra praxis. Por otro, el haber sido habitada por las vivencias de muerte del paciente. El desamparo del paciente es vivido en primera persona por la analista poniendo por momentos en jaque su capacidad de pensar, significar, vincular, procesar emociones, perturbando así la función analítica. Distinguimos la “soledad del analista” del “desamparo en el analista”. Más que un mundo interno que puede sentirse en riesgo del vacío de perder los objetos internos buenos, prototipo de la vivencia de soledad, nos encontramos con un mundo interno atiborrado de emociones difíciles de procesar. La mente del analista se ve superada en la posibilidad de tramitar los aspectos proyectados por el paciente. La supervisión se transforma entonces en un continente complementario que habilita la recuperación de esa función. En tal sentido, y desde nuestra visión, el desamparo en el analista se podría pensar como una vivencia de peculiar intensidad que alerta sobre una forma de “muerte del analista”, la muerte en su función. Julio 2018.

 
Lic. Fernanda Cubría - APU